Que a nadie engañe el mote de «Pinocho rex», porque no tenía nada de cándido.
Este espectacular tiranosaurio narigudo, «primo» del temible depredador con el que comparte apellido, era un carnívoro terrible que aterrorizó Asia durante el Cretácico tardío, hace más de 66 millones de años. Tenía un cráneo alargado y dientes estrechos y largos en comparación con la mandíbula más profunda y los dientes gruesos de un T. rex convencional. Además, poseía una hilera de cuernos en su nariz. «Podía parecer un poco cómico, pero seguramente fue tan mortal como cualquier otro tiranosaurio y tal vez incluso un poco más rápido y sigiloso», describe Steve Brusatte, de la Universidad de Edimburgo, uno de sus descubridores.
El ligero Acrotholus audeti de Canadá (40 kilos y 1,80 metros de longitud)
Lucía un cráneo monumental, como si llevara puesto un casco, compuesto por un hueso sólido de más de 10 cm de espesor.
Grueso y abombado por encima de sus ojos, el cráneo servía para exhibirse ante otros miembros de su especie, pero también pudo haber sido utilizado como una potente arma para pelearse a cabezazos.
Los descriptores fueron capaces de establecer algunas características distintivas. Dos autopormofías características únicas derivadas. El techo del cráneo tiene una forma de huevo y su anchura es de menos de dos tercios de la longitud. La parte posterior de los huesos parietales tiene una cresta llamativa en la línea media de la parte superior.
Además, hay una combinación única de características que no son únicas en si mismas. No hay ranuras entre la joroba cerca del hueso nasal y el lóbulo del tallo supraorbital. Los tallos supraorbitales se incorporan plenamente en la cúpula del cráneo. La cúpula es simétrica en vista lateral. La faceta de la estación orbital alcanza más alta que la parte posterior supraorbital pero ambas facetas de su plan de arquearon con fuerza.
Sus descubridores lo bautizaron como «pollo del infierno» (Anzu wyliei) por su extraño aspecto: Un cuerpo probablemente cubierto de plumas de tres metros de largo y metro y medio de alto, pico sin dientes, patas de avestruz, enormes garras, una cola larga y robusta y, coronando todo el conjunto, una gran cresta redondeada.
Este dinosaurio habitó hace 66 millones de años Norteamérica. Los palentólogos del Museo de Historia Natural Carnegie en Pittsburgh (EE.UU.) que encontraron sus fósiles creen que la especie era omnívora y comía carne y vegetales.
Ocupaba llanuras de inundación y con seguridad llevó una vida peligrosa, ya que le tocó compartir su mundo con un fiero competidor, el Tiranosaurio rex.
Hace 150 millones de años, el mayor depredador terrestre que jamás se haya conocido en Europa paseaba su terrorífico aspecto por la Península ibérica.
El Torvosaurus gurneyi, descubierto en un yacimiento al norte de Lisboa, no tenía adversario que se le pudiera comparar. Este «monstruo» del Jurásico medía diez metros de altura y pesaba cinco toneladas. Tenía unos dientes en forma de cuchilla de diez cm de largo, capaces de desgarrar cualquier presa, incluidos otros grandes dinosaurios.
Hace 150 millones de años, el mayor depredador terrestre que jamás se haya conocido en Europa paseaba su terrorífico aspecto por la Península ibérica.
Otro gigante con muy malas pulgas. Pariente del famoso Tiranosaurio rex, esta bestia de dos toneladas y media y 8 metros de longitud habitó hace 80 millones de años la costa pantanosa de Laramidia, en la actualidad el oeste de América del Norte.
Sus descubridores le llamaron Lythoronax Argeste, cuya primera palabra significa «rey de la sangre» o «rey sanguinario». Solo hay que ver sus dientes para saber que el nombre le viene como anillo al dedo. Era el carnívoro más grande de su ecosistema.